Tienda de trajes a medida Madrid: así nació traje de chaqueta ?
Encargar nuestra vestimenta a un sastre siempre se ha considerado un signo de distinción y elegancia. En El Corte Militar, un referente en tienda de trajes a medida Madrid, te contamos el origen de los trajes y la elegancia masculina.
Un atuendo para los negocios de la burguesía
La vestimenta es el espejo de quien la viste, de su conducta y sus modales, y refleja el estatus social de una persona. A principios del siglo XIX la riqueza creció en la clase burguesa. Los negocios y compromisos sociales de los burgueses en distintas ciudades requerían de trajes a medida para el desempeño de sus negocios.
Atrás quedaba la exuberancia recargada de Versalles y el despilfarro de la aristocracia y nobleza en prendas ostentosas de gran volumen. El burgués pedía a su sastre una vestimenta práctica, cómoda, y al mismo tiempo, que denotara calidad y prestigio.
Así las casacas bordadas con adornos y sedas coloridas desaparecieron para dar paso a una prenda más sobria, pero no exenta de elegancia: el traje de chaqueta.
El chaleco largo hasta las rodillas impuesto por Luis XIV en Versalles se acortó hasta cubrir solo ligeramente el pantalón, ceñido al talle. Las medias de seda de colores y los zapatos de tacón fueron sustituidas por botas de caña alta, propias de montar a caballo.
También la chaqueta de caza de la campiña inglesa de dos colas inspiró esta nueva corriente de moda masculina, donde lo superfluo no tenía cabida y la silueta varonil ganaba importancia.
Brummell y el dandismo, “padres” de los trajes a medida modernos
El acto de ponerse en manos de un sastre en una tienda de trajes a medida Madrid nos parece tan natural que parece que siempre se ha hecho así. Y sin embargo, su origen se remonta a Gran Bretaña en el siglo XIX. Allí nació una corriente que cortaría el patrón de la moda masculina actual: el dandismo.
El dandi o dandy era el máximo referente en elegancia varonil, encaraba unos valores y costumbres refinadas, y su modo de vestir, sin bien cómodo y funcional, realzaba la figura del hombre.
Un hombre encarnó todas las virtudes del dandy y las llevó a su apogeo: Brummell. Su nombre pasó a la historia como sinónimo de elegancia masculina y aún tiene mucha influencia en la actualidad.
George Bryan Brummell, conocido como Beau Brummell (‘el bello Brummell’) aprovechó su amistad con el rey Jorge IV y una herencia millonaria para enterrar los orígenes modestos de su familia y convertirse en una figura de referencia en la alta sociedad.
Desde la infancia se interesó vivamente por el arte de la indumentaria. Su exquisito gusto por las prendas de sastre sobrias y de calidad, el aseo personal y las buenas maneras le convirtió en el perfecto ejemplo de dandy británico.
En línea con la mesura de su estilo, era alto, pero no demasiado. Guapo, pero no arrebatador. Su mayor mérito es que se le atribuye la creación del traje moderno de caballero vestido con corbata o algún tipo de pañuelo anudado al cuello. Se dice que podía invertir una mañana entera en hacerse el nudo de la corbata. Pasaba horas probando distintos nudos tan sólo para que pareciera que la había anudado a toda prisa. Y si no quedaba como él quería a la primera, desechaba la corbata y empezaba de nuevo con otra.
Su liturgia de baño y vestido podía ocupar gran parte de la mañana. También sacaba brillo a sus botas con champán o utilizaba una escupidera de plata por verse incapaz, según la costumbre de la época, de escupir sobre el suelo.
El secreto para destacar en la elegancia: la discreción
Brummell aborrecía las ropas excéntricas o los colores vivos. Su lema era conspicuosly inconspicuous que significa algo así como “notoriamente discreto”.
Solía afirmar: “si alguien se da la vuelta para mirarte, es que no vas bien vestido”. Grandes personalidades imitaron su modelo, desde el poeta inglés Lord Byron al literato francés Barbey d’Aurevilly.
Su lema era poner el mayor de los lujos al servicio de la menor de las ostentaciones. La elegancia ya no se basada en el color, sino en la calidad de las telas y los tejidos. Igualmente, rechazaba los perfumes en pro de una limpieza exhaustiva a diario.
Hacia finales del siglo XIX el tres piezas masculino ya gozaba de gran popularidad, su carácter sobrio pero distinguido fue un absoluto acierto. A mediados del siglo XX el tres piezas fue quedando reservado para eventos más formales.
En usos cotidianos terminó imponiéndose el traje de chaqueta y pantalón, sin chaleco, que perdió su razón de ser con el reloj de pulsera y la moda masculina fue apostando por un estilo más informal y relajado.
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